lunes, 29 de octubre de 2012

María del Pino

           María del Pino (enero 1988) es una joven y prolífica escritora que, en año y medio aproximadamente, ha publicado cuatro libros. Se trata de una novelista que, en poco tiempo, nos ha demostrado que ya no es novel. No deja de sorprendernos con la rapidez y la calidad de sus escritos.
          Sus tres primeras novelas forman la trilogía del amor. Estas son: "Más de un Mañana" (febrero 2011, editada por ella misma), "Artemis. El Origen del Mal"(Octubre 2011, JM Ediciones) y "Don Fernando. La Eterna Unión" (Abril 2012, JM Ediciones). Recientemente ha publicado en la Colección Guadalquivir, "Relatos Profanos" (septiembre 2012). 
         Se ha presentado a Premio Planeta 2012 con la primera novela de la bilogía de "El caballero de los dos elementos: La leyenda destruida". Próximamente dará a luz una nueva obra. Eso sin contar con la saga en la que se encuentra embarcada, "El ladrón de almas", de la cual, ya se encuentra terminada la primera parte (Venganza).
          Pese a que es novelista y nos ha demostrado su maestría en el relato, también nos deleita con poemas de su temprana juventud ("Niño que llora") y con otros más actuales ("A Córdoba, linda amada"). En su página web podréis leer varios de sus escritos y saber más sobre ella (www.mariadelpino.com).
         El cantante Javi Sánchez debutó en la radio, y en la presentación de Campanas de Córdoba, la primera canción con la que María del Pino nos deleita en su novela "Más de un Mañana" con el título de "Media Luna".
          Sus dotes artísticas no se detienen ahí. Aunque ella no se considera una profesional, pinta al óleo desde los cinco años y dibuja a lápiz. Todas y cada una de las ilustraciones de sus libros son realizadas por su mano. Incluso ha ilustrado el libro de "Relatos Atormentados", de su compañera Pilar Redondo.
         Le gustan los idiomas. Entre ellos, el japonés y el inglés. Uno de los libros del escritor valenciano Ramón Cerdá, "Confieso", ha sido publicado en Italia y con éste, la crítica de María del Pino también ha sido traducida al idioma como entrante y referente.
          Es una joven alegre a la que le gusta escuchar y una apasionada de la tierra que ama. Córdoba es su punto de referencia en muchos de sus escritos.

          Se ha convertido en una de las presentadoras, junto al cantante antes mencionado, y directora del "Tele-Campanas", un programa youtube-casero creado por Campanas de Córdoba, para el fomento de la cultura de la ciudad. 

         Próximamente publicará su quinto libro y colaborará como ilustradora en unos cuentos para niños pequeños (libro solidario).

Web: www.mariadelpino.com

lunes, 22 de octubre de 2012

Relato de Pilar Redondo: "El secreto de confesionario".




- Sor Juana, tráeme tabaco y un poquito de chocolate. Por favor. 

- Sor María, no me comprometa, vamos a tener un problema...

- Por favor, y media hora después avisas a la Madre Superiora y le dices que quiero hablar con ella.

- Ten cuidado con esa bruja, como te vea incumpliendo las normas te va a tener toda la vida en esta celda de castigo, y como se entere que yo te ayudo también yo voy a tener un problema grande.

- Tú eres muy astuta y no te dejarás descubrir, y gracias porque si tú no me ayudaras me moriría de pena aquí dentro, ya que sólo hay arpías.

 - Voy a por el tabaco y el chocolate, aunque ya sabes que la Madre Superiora opina que el chocolate es afrodisíaco y te perturba, y te hace faltar a los votos. Como nos descubran que Dios nos coja confesadas. 

- No te preocupes, tendré cuidado y sí, que nos coja confesadas quien nos tenga que coger, además a mí el chocolate no me hace ningún efecto raro.

 - Hola, Madre Superiora.

- La hermana Juana me ha dicho que quería hablar conmigo, pues venga, rápido, que tengo muchas cosas que hacer. 

- Sí, claro. Es la hora de fumarse un cigarrillo y un vasito, mejor dicho un buen vaso de vino dulce... o lo que es lo mismo, la sangre de Cristo.

 - Hermana María, no sea rebelde y no me provoque, si no quiere pasarse media vida en esta celda de castigo.

- La he llamado para decirle que quiero confesar, así que haga el favor de avisar al padre Mariano, quiero confesar con él, si no no confesaré.

- María Santísima, cuánta letanía...

Mientras esperaba a que llegara el Padre no sabía cómo abordar el tema, ni exactamente qué le iba a contar al confesor. 

- Hola, Padre.

- Hola, hija, le voy a decir a la madre Priora que le abra la celda y la espero en el confesionario. 

- Ave María Purísima.

- Sin pecado concebida, hija ¿de qué te  acusas?

- Padre, me acuso de que he cometido varios pecados mortales.

- María Santísima, empezamos bien.

- Padre Mariano, el primer pecado que he cometido es entrar en el convento sin vocación ni convicción.

- Que la Santa Virgen se apiade de ti y como penitencia te pongo tres padrenuestros y dos avemarías.

- El segundo y más grave de los pecados que he cometido, y el que me está corroyendo por dentro es que he asesinado a un hombre... 

- La Santísima Trinidad te libre de ir  de cabeza al Infierno, esto es cuatro padrenuestros, tres avemarías, dos glorias, cinco ángelus y un credo. ¿Y cómo has dejado que esto ocurra, hija mía?.

- Fue sin querer, el hombre era mi marido, nuestro matrimonio llevaba ya mucho tiempo deshecho, a decir verdad nunca funcionó, me obligaron a casarme con él por interés, así que demasiado duró. Discutíamos mucho y me pegaba unas palizas tremendas, hasta que un día me sublevé. Estábamos discutiendo, me dio varias bofetadas, yo cogí una estatuilla de Yadró, que por cierto nos la regaló su madre como regalo de bodas, intenté defenderme, el intentó quitarme la figura y forcejeando le di sin querer un golpe, un golpe mortal. Y el tercer pecado es que me he enamorado de un hombre que me está prohibido.

- Esto son dos rosarios en cruz, tres avemarías, siete misas de rodillas... ¡ y un cilicio¡. ¿Acaso está casado? 

- Sí, casado y muy bien casado, está casado con Dios.

- Que el Cristo de las Llagas se apiade de ti. Esto es siete padrenuestros, cinco credos y siete ángelus.

- Mire Padre, la relación entre estos pecados es que yo quería separarme de él, porque estaba enamorada de otro hombre  y él me dijo que suya o de nadie, y que lo tendrían que ver vestido de luto por mí.

 - Que Santa Rita, abogada de los imposibles, se apiade de tu alma...

- Yo creo, Padre, que mi alma está  condenada de por vida...

- ¿Has hablado con este hombre algo acerca de lo que sientes por él?

-Directamente no, no sé cómo enfocar el tema, Padre, además temo que si le digo algo rompa la cordial relación que existe entre nosotros ahora mismo. 

Siete años después. 

- Buenos días, Mariano.

- Buenos días, cariño mío. ¿Has dormido bien?

- Desde que estoy contigo siempre duermo estupendamente, aunque esta noche he soñado que todavía estábamos en el Convento, y me he despertado sobresaltada, porque nos cogía la Madre Superiora in fraganti pecando, así que igual me tienes que confesar por pecar de pensamiento.

- Sí, ven para acá, que te voy a enseñar lo que es pecar de verdad y no tienes ni que confesar después. María ¿por qué no me cuentas en qué momento te diste cuenta de que sentías algo por mí?

- La verdad es que no lo sé, fue una conjunción de cosas, tu forma de ser, tu forma de tratar a las personas y, por supuesto, ese cuerpazo que tienes, que eso es un cuerpo y no la policía ni los bomberos, y ese par de faros que tienes por ojos... ¿Y tú no te habías fijado en mí?.

 - Si te dijera que no te estaría mintiendo, pero teniendo en cuenta que estabas "presa" en un convento, que eras monja y que tenías por Madre superiora a una víbora, cualquiera se descuidaba un poco. Venga, no me puedo parar más, que voy mal de tiempo. Al mediodía no vendré a comer, y lo más importante, esta noche PECAREMOS, pero no de cualquier manera, nos vestiremos con nuestros antiguos uniformes, yo con mi sotana y tú con tu hábito. Sólo con los uniformes, no se permite llevar ninguna prenda más.

-¡Qué emoción¡, la noche promete, que esas ropas son sagradas, a ver si voy a ir al Infierno.

- Yo te libraré de todo pecado, que no se te olvide que estás tratando con un elegido de Dios en la tierra... 

- Hola, Juana ¿qué plan tienes para hoy?

- De momento ninguno. Estoy muy liada escribiendo, ya sabes que todo el tiempo se lo tengo que dedicar a la novela.

- Pues, vente. Mariano no viene a almorzar, así que aquí también puedes escribir, y luego vamos a recogerle al trabajo. 

- Muy bien, así también te hago otra entrevista para asegurarme de algunas pequeñas cosas, para procurar que todo lo que escribo sea creíble y se aproxime a la verdad de nuestra vida pasada.

Los tres, ellas dos y el niño pasaron un día divertidísimo, recordando anécdotas y cómo surgió su férrea amistad.

- Marianito, termínate la merienda que Juana y yo te estamos esperando para irnos al parque.

- Es que el bocadillo y la fruta no me gustan, me gusta más el chocolate. 

- El chocolate es para Juana y para mí.

- Pues yo también quiero.

-Tú no puedes comerlo, porque dicen que tiene unas propiedades extrañas y te pueden perturbar.

- ¿Qué es perturbar?. Yo quiero chocolate, chocolate.

- No puedes comerlo, dicen que es afrodisíaco... y si no que se lo pregunten a la Madre Superiora.

- ¿Qué es afrodisíaco?

- Niño, no seas impertinente, que te he dicho que no, que te comas la merienda. 

Lo que tardemos Juana y yo en fumarnos un cigarrillo nos vamos al Parque, y como no hayas terminado te quedas aquí solo.

- Mamá, fumar es malo y además mata.

- Marianito, Marianito, haz el favor de callarte y comer. Y si no da igual, vámonos, a ver si luego dices que tienes hambre. Coge la pelota y la bicicleta. 

- Mamá, por este camino ¿adónde vamos?

- Al parque.

- Por aquí no se va al parque.

- Sí, pero es que quiero enseñarte un lugar, camina y calla. Párate un momento, Marianito ¿sabes ese edificio qué es? 

- Parece una iglesia.

- No, no es una iglesia, es un convento.

- ¿Y aquí qué pasa?

- Aquí durante bastantes años vivimos Juana y yo.

- ¿Y aquí qué hacíais?.

- Primero estábamos privadas de libertad y luego todo el día nos lo pasábamos rezando.

- ¿Y ya por qué no vives aquí? ¿no te gusta?.

- No, porque aquí vine obligada y porque aquí sólo hay cabida para personas sin personalidad alguna. Sólo una legión de ovejas, y yo soy la oveja negra, no había lugar aquí para mí. 

- Yo vi en una excursión del colegio ovejas, pero eran blancas, me gustaron mucho y tenían mucha lana. Mi profesora dice que hay que rezar mucho todos los días para estar puro y limpio.

- No hace falta tanto... venga, vámonos.

-¿Sabes una cosa, mamá?, cuando sea mayor quiero ser sacerdote para rezar mucho y vivir en un convento.

-Yo me alegro mucho de haber vivido aquí, porque si no tú no estarías aquí ahora mismo.

-¿Y dónde estaría yo, en la escuela?.

-Pero, como te vuelva a oír decir que quieres ser cura te castigo una semana entera de rodillas, mirando la pared, con los brazos en cruz y cargados de libros, y, por supuesto, nada de dibujos animados, ni chuches ni chocolate. 

Y llegó la noche... y todo comenzó como habían empezado siete años atrás su "locura de amor", en el confesionario que de mutuo acuerdo habían instalado en el salón como recuerdo imperecedero de su compromiso de matrimonio.

 - Ave María Purísima.

- Sin pecado concebida, hija mía.

- Padre, me acuso...

- María, no sigas, ahora te sienta el hábito mejor que entonces

- Y tú con la sotana pareces Mister Vaticano.

- Pues, prepárate que te voy a arrancar el hábito a bocados.

- Dios me libre de pecar, si no tendré que cumplir penitencia.

-Sí, la penitencia que yo te imponga. Tres rosarios en cruz y yo te ayudo a sostener el rosario.

- Sí, tú eres un enviado de Dios y procura que no me falte nada.

- Sor María, prepárate que esta noche vamos a descubrir el Misterio de la Santísima Trinidad... 

-Bueno, pero ¿me puedo fumar antes un cigarrillo y comer chocolate?.

-Sí, chocolate sí, todo el que quieras, ya sabes que la Madre Superiora decía que  era afrodisíaco, eso nos encenderá más. Verde que te quiero verde. 

- Padre Mariano, prepárate que hasta el alzacuellos te va a salir ardiendo, y de aquí directos al Infierno. 

- Sí, ya tengo preparada una orgía allí.

- Bueno ¿ y si le traemos una hermana a Marianito?.

- Pues, ya estamos perdiendo el tiempo, yo quiero mellizos, así que pongamos manos a la obra.

- Pero, ya o cuando volvamos del Infierno...

- Allí mismo, en el Infierno, y que Satanás nos alumbre con una vela... 

-- AB INMO PECTORE. PECATA TUA --

Pilar Redondo


BIOGRAFÍA



          Escritora cordobesa que desde muy temprana edad comenzó a escribir. Es su gran pasión. Varios poemas y microrelatos de la autora se encuentran publicados en diversas antologías. 
          Pertenece a una asociación literaria y colabora con algunas otras. Ha participado en programas culturales de radio y televisión en "Canal Sur" y en otras emisoras como "Onda Mezquita", etc.
          Actualmente colabora en "Cosmopoética" y ha publicado su primer libro dentro de la "Colección Guadalquivir".
          "Relatos atormentados y "quejios" del alma", es su embarcación pública, sin contar todas sus anteriores participaciones, en el mundo de la literatura. Según la autora: "los bellos rincones de mi ciudad son fuente de inspiración para mis textos".


miércoles, 17 de octubre de 2012

Relato de Julio Merino: << Las "orgías" de la Duquesa de Alba >>.


Las "orgías" 
de la Duquesa de Alba







La "leyenda negra" de la Casa de Alba nació con el Gran Duque de Alba, aquel que estuvo con Carlos V en Muhlberg y luego como Gobernador de Flandes y sus famosos Tercios llegó a ser más temido que el Demonio mismo ("Niño, come o llamo al Duque de Alba"), y continuó siempre, como un baldón, con todos sus herederos.
Cayetana era digna descendiente de aquel gran hombre en lo bueno y en lo malo. Si hubiera nacido hombre –lo decía ella misma- habría escogido la carrera de las armas, pero como nació mujer, y muy guapa, y muy rica, toda su fuerza innata, toda su imaginación, todas sus ansias y sus apetitos, los dirigió a "vivir la vida" sin límites, desde que un día se miró al espejo desnuda y se enamoró de su propio cuerpo. La Duquesa era un terremoto permanente, un volcán de pasiones y belleza, el mar embravecido, las cataratas del Nilo.
En 1798, cuando se celebra la fiesta que aquí vamos a contar, María del Pilar Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo tenía 36 años y estaba viuda. Era el día 30 de mayo, festividad de San Fernando y la Nobleza quería celebrar a lo grande el Santo del Príncipe de Asturias. De ahí que allí, en el Palacio Ducal, estuviera la flor y nata de la Corte.
Desde las baronesas de Rinini, de Castuera, de Lobatón, de Talavera, de Calatayud, de Monteagudo, de Missen, etc.
Desde las marquesas de Santa Cruz, de San Idelfonso, de Carmona, de Nova Carteía, de Vitigudino, de Espinosa de los Monteros, de Cullera, de Tarifa, de Mantua, de Lión, de Cartago, de Villagarcía de Arosa, de Santillana del Mar, de Turín, de Burdeos, etc.
Desde las condesas de Elda, de Chinchón, de Haro, de las Rías Bajas, de Cádiz, de la Albufera, de Monte Perdido, de Braganza, de Tomelloso, de Andújar, de las Navas de Tolosa, de Guadalete, de Segovia, de Munda, de Lérida, de Estrada y otras.
Desde las duquesas de Osuna, de Mota del Cuervo, de Espejo, de Medina Sidonia, de Badajoz, de Florencia, de Lima, de Río de la Plata, de Cabra, de los Monteros, del Algarbe, de Coimbra, de la Alcarria, de Ronda, de San Fernando, de Canterbury, de Bailén y otras que no recuerdo.
Naturalmente todas acompañadas por sus maridos o por algún miembro de la familia.
También asistieron algunos embajadores, entre ellos, el de Francia, el de Inglaterra, el de Prusia, el de Holanda, el de Japón y el de Suecia… y algunos generales, cual Riquelme, Morla, Castaños, Palafox, San Carlos, Blake y Solano.
Y para que no faltase una representación de la Casa Real allí estaban la infanta María Teresa, hermana del Rey Carlos IV, y el infante Luis María de Borbón y Villabriga, conde de Chinchón, nieto de Felipe V y primo del Rey.
El programa de la Fiesta (que acabó siendo una "orgía", como se verá enseguida) lo prepararon, muy en secreto y con un mes de anticipación, Cayetana y su "amigo" Goya (que además se encargó de decorar el Palacio y hacer los decorados de la función teatral).
Y constaba de cuatro sorpresas:
Una, el "menú" de la cena. Cayetana ideó que esa noche sólo hubiera jamón y mariscos de Galicia (todo lo imaginable de las costas y los mares gallegos) con una sorpresa dentro de la sorpresa: todo el marisco se condimentaría a las finas hierbas, pero ¡ojo!, no las hierbas clásicas sino las que nacían salvajes en los alrededores del Castillo de Piedrahita, unas hierbas aromáticas que al decir de sus campesinos (y ella lo había experimentado) resultaban afrodisiacas en grado "hasta peligroso" y que encendían el apetito sexual masculino y femenino. Sus capataces las daban a comer tal cual las recogían a los animales en celo (las llamaban "Las milagrosas").
La segunda era una representación teatral, que le encargaron, también en secreto, al gran Isidoro Maiquez, la máxima estrella de aquellos años, quien aconsejado y asesorado por Goya montó un "cuadro" titulado "La danza de los Demonios" (recogido de la obra "Los demonios del Hechizado", que él mismo había representado en el Teatro Príncipe).
La tercera, era un Concurso de belleza, pero no para elegir a la más bella de las presentes, sino para elegir los "Pechos mejor formados y más bellos", eso sí, ello se haría en el mayor de los anonimatos (o sea con máscara). Sólo la ganadora y sus Damas de Honor tendrían que mostrar su cara e identificarse. Para lo cual, y sin explicaciones, la Duquesa les había pedido a sus invitadas que esa noche fuesen con vestidos muy escotados.
Y la cuarta sorpresa era todavía más escandalosa y libertina. ¡Lo nunca visto!. (Y es que Cayetana ya tenía noticias de la "enfermedad" del Príncipe Fernando). O sea, un Concurso-campeonato de Penes, en el que tenían que participar por obligación todos los hombres presentes.
Cayetana y Goya se lo pasaron en grande mientras imaginaban y realizaban el Programa.
Y así llegó la gran Fiesta. Aquella noche sólo el ver llegar los carruajes con sus caballos fue en sí un espectáculo para la pobre gente que se había colocado a las puertas del Palacio. Fueron unos doscientos carruajes.
La cena comenzó a las nueve de la noche y efectivamente los invitados quedaron sorprendidos por la Decoración del gran comedor (y hasta aplaudieron a Goya) y por el "menú" extremeño (jamones)-gallego (mariscos). Lo que no supieron nadie ni les alertó fue lo de las hierbas "milagrosas", que luego harían su efecto
4 .  Cuando terminó la cena los invitados pasaron al Teatro del Palacio (todos los Palacios de los Grandes de España tenían su propio
4
Sería imposible detallar uno a uno los vestidos de las Damas, ni tampoco de las joyas. Sólo señalaré que nunca se habían visto escotes más grandes, por delante y por detrás. Algunas Señoras llevaban uno o los pechos al descubierto.84 RELATOS teatro) y se fueron acomodando sin etiqueta alguna. Eso sí, "se hablaba por los codos" y se comentaba el "menú", y las "milagrosas" ya comenzaban a notarse.
En un momento dado sonaron unas campanillas y se anunció que comenzaba la función teatral. Un ejército de servidores apagaron las luces y los músicos iniciaron los compases de la zarzuela "Las segadoras de Vallecas" (de Don Ramón de la Cruz y el maestro Rodríguez Hita), que ya llevaban 30 años de éxito y que los madrileños se sabían y cantaban de memoria. (Mucho después llegarían La verbena de la Paloma, La Revoltosa, Gigantes y Cabezudos y tantas más que hicieron olvidar a las de finales del siglo XVII).
Y se levantó el telón… y un ¡oh! De sorpresa y entusiasmo saltó en la sala. Los decorados de Goya eran una explosión de negros, rojos y amarillos. ¡Un aquelarre de Demonios, titiriteros y animales exóticos y fieros!... que hasta provocó algunos aplausos, que fueron cortados en seco por la aparición en escena, muy rápidos y como si fueran saltimbanquis, de un grupo de Demonios, con disfraces muy dispares (también diseñados por Goya), y dando saltos acrobáticos y volatineros.
El último en salir fue Isidoro Maiquez, disfrazado de Lucifer y portando un muñeco tamaño natural que imitaba al odiado Príncipe de la Paz, y que depositó en el suelo, en un primer plano del escenario. Los demonios, sin dejar de hacer piruetas y como en una danza macabra, se van acercando al muñeco y presentando sus "credenciales". El primero Lucifer.
LUCIFER.- Ja, ja, ja… ¡Bastardo!... Yo soy Lucifer, el Emperador de toda la Atmósfera tenebrosa, mozo y guapetón. (Y se retira).
BELCEBUT.- Y yo soy Belcebut, el amigo de la parranda y gran general de las Profundidades Hediondas.
ARTAROTH.- ¡¡Corrupto!!... Yo soy Artaroth, Gran Duque del Hoyo sin fin, tercero en saber y Gobierno.
SATANACHIA.- ¡Cabrón!... Y yo soy Satanachia el Sordo, el de patas de avestruz, el dueño de las mujeres y las zorras.
LUCÍFOGO.- ¡¡Traidor!!... Y yo soy Lucífogo, Gran Maestro del oro y la plata, el que todo lo compra y todo lo vende. El Artífice del engaño y Rey de las cloacas.
MARBÁS.- Yo soy Marbás, el Maestro de los Maestros, el león furioso, coordinador general de traiciones y puñaladas.
BUER.- ¡¡Adúltero!!... Y yo soy Buer, el abominable ministro de la Impotencia y la Gilipollez.
SARGATANÁS.- Yo soy Sargatanás, la Diabla, primera batuta de la gran charanga y Marica oficial del Abismo.
NEBIRÓS.- Ja, ja, ja,… ¡¡Ladrón!!... y yo soy Nebirós, mariscal de Campo de todos los cornudos y de todas las Zorras que en el mundo han sido.
Al terminar la rueda demoníaca avanza Lucifer y con él todos los demás, levantan el muñeco-Godoy y le mantean en medio de un gran alboroto, gritos y cánticos:
¡ABAJO EL "CHORICERO!
(así llamaban los madrileños a Gody)
¡ABAJO EL "CHORICERO!
¡ABAJO EL "CHORICERO!
¡¡ABAJO GODOY!!
¡Satanás, Satanás, Satanás!
¡No lo pienses más!
¡Satanás, Satanás, Satanás!
¡No lo pienses más!
¡y llévatelo ya al más allá!
¡¡MUERA GODOY!!
Y cae el telón, entre los aplausos y voces que repiten el estribillo. Los servidores vuelven a hacer la luz.
Al terminar la representación y calmados los ánimos, la anfitriona, la Señora Duquesa de Alba, le pidió a los caballeros que se ausentasen de la sala y esperaran en el bar de Palacio tomando copas.
Ella se quedó con las Señoras y les fue explicando las "bases" del concurso y les insistió en que todas tenían que pasar por delante del Jurado con máscara (para lo cual había dispuesto un modelo distinto para cada una de ellas). Todo cubierto menos los pechos. Es más –les sugirió- si alguien quiere intercambiar los vestidos puede hacerlo, para ser menos identificables. Ella mismo cambió el suyo. El Jurado lo componían los Demonios con sus máscaras correspondientes y actuaría de presentador-moderador D. Francisco de Goya.
Pero, llegados a este punto me permito reproducir las palabras del embajador sueco, M. Bernadette, en su "Diario íntimo de mi estancia en España":
"Hoy, 30 de mayo de 1798, he asistido a una Fiesta increíble en el Palacio de los Duques de Alba… y confieso que asistí porque la actual Duquesa me lo pidió en persona. ¡Y a la más Grande de las Grandes de España, y la más guapa, no se le puede negar nada!. (¡Me dan miedo esas Fiestas!).
La cena fue espléndida y abundante, a base de jamón, para mí el mejor del mundo, y marisco "nacional", extraído de las costas y los mares de Galicia.
Luego hubo una representación teatral muy sibilina, pues remedando la cuestión de los Demonios del Reinado de Carlos II, el último de los Austrias españoles, los actores lo actualizaron poniendo al odiado Príncipe de la Paz, don Manuel Godoy, como objeto de sus críticas. Estuvo muy bien y los presentes aplaudieron a rabiar. Lo que demuestra que la Nobleza no quiere al Valido y amante de la Reina María Luisa, como es público y notorio.
Sin embargo, fue después del teatro cuando llegó lo más sorprendente de la Fiesta (se me olvidaba decir que la fiesta se había organizado para esa noche por ser la festividad de San Fernando y por tanto la onomástica del Príncipe de Asturias). Porque se celebró un Concurso totalmente nuevo para mí. Se trataba de elegir los pechos más bellos de las Señoras presentes sin saber a quién pertenecían.
Pero, para que los hombres tuviésemos más conocimientos en la materia la Señora Duquesa nos hizo llegar algo que todavía me sorprendió más: un "Tratado romano de Estética y Belleza", en el que se mostraban y se describían los distintos modelos de pechos femeninos. Por su interés reproduzco algunos títulos de los modelos (¡Ah, sin que se me olvide que como autor del texto figuraba el gran filósofo español-romano Lucio Anneo Séneca!):
• Pechos Unidos
• Pechos Acueductos
• Pechos Tíber
• Pechos Ostia
• Pechos "Mare Nostrum"
• Pechos Iceberg
• Pechos Olimpo
• Pechos Vesubio
• Pechos Alpes
• Pechos Séneca
• Pechos Jordán
• Pechos Atlántida
• Pechos Limón
• Pechos Pera
• Pechos Plátano
• Pechos Astifinos
• Pechos Bizcos
• Pechos Corniabiertos
• Pechos Astinegros
• Pechos Melón
• Pechos Calabaza
• Pechos Ballena
• Pechos Eróticos
• Pechos Abandono
(descripción al final del capítulo).
Y así hasta 50 modelos, con sus ilustraciones correspondientes y sus descripciones.
Con esta documentación en las manos comenzó el desfile de los pechos de las Señoras presentes, quienes por decisión de la Duquesa iban todas con el rostro cubierto por una máscara. ¡No había visto nunca un desfile semejante!. Al final el Jurado eligió los tres que más les gustaron, pero como había que proclamar una "campeona", en ese momento a los Señores presentes se nos dio la posibilidad de votar nosotros también… y eso antes de que las elegidas se quitasen la máscara y mostrasen su persona. También yo di mi voto.
Resultaron ganadoras y se descubrieron entre aplausos:
- Primera y Reina de los pechos más bonitos y más proporcionados la Duquesa de Osuna. Por sus sorprendentes pechos "Pepino" (*) (lo cual no me sorprendió porque era la que yo había votado y, sin duda, una mujer muy guapa en su conjunto).
- Segunda, y Dama de Honor, quedó la condesa de Elda. Por sus perfectos pechos "Síbaris" (*) (una rubia despampanante, que más parecía sueca que española).
*P
echos Pepino: Son como una montaña volcán con su cráter correspondiente, aunque en lugar de salir fuego, piedras y lava sale una protuberancia, dura y redonda muy parecida a un pepino. Imagínense que esa montaña y esa protuberancia en forma de pepino aparecen en el pecho de una mujer… pues no se rompan la cabeza, porque así eran o tenían los pechos las mujeres que las tropas romanas encontraron en Capadocia y junto al Mar Negro. Son pechos, ciertamente, sorprendentes porque por su situación geográfica están más arriba del Ecuador del tórax y aunque unidos en la base están muy separados en la cúspide, o sea los pezones.
*
Pechos "Síbaris": La frase tan conocida de "!Vives como un sibarita!" tiene su origen en la ciudad-estado de Síbaris, una colonia griega que llegó a dominar todo el sur de Italia. Según la Historia Síbaris era la cumbre del buen vivir, del buen comer, del buen amar. Pero, la reina de aquella sucesión de lujos era el cuidado del cuerpo femenino, sobre todo los pechos de las "matronas" más señoriales. Para mantener en forma y llamativos los pechos utilizaban una crema a base de carne de langosta, ostras de Rodas y percebes del Egeo. De ahí que a los pechos bien cuidados se les conozca como "Pechos Síbaris".
- Y tercera, segunda Dama de honor, quedó la condesa de Jaruco. Por sus redondos pechos "Naranja"* (una cubana menudita, pero preciosa, que había nacido en la Habana, de padre español y madre criolla). La Jaruco daría mucho que hablar en los años siguientes.
¡Ah, qué gran enfado se cogió la anfitriona, nuestra Duquesa de Alba, por no haber sido seleccionada!. Tal vez porque a la mujer más guapa de España, la del cuerpo perfecto, no le acompañaban los pechos; algo tenía que fallarle.
Y cuando ya era muy de madrugada y los ánimos y el ambiente estaba de un erotismo "salido" (palabra y significado muy español) comenzó el Campeonato de Penes. Si bien aquí, tengo que decir que el Campeonato no cayó bien entre la mayoría de los caballeros presentes (y yo me incluyo) y nos opusimos frontalmente a semejante "desafío", por ello sólo subieron a

*
Pechos naranja: La primera vez que se habla de este modelo de pechos es el año 202 antes de Cristo. Fue Escipión el Africano, el conquistador de Cartago, en una carta a un amigo de Roma: "lo que más ha sorprendido a mi ejército del mundo cartaginés han sido los pechos de sus mujeres. ¡Increíbles!. Redondos, llenos, duros y de un color rosáceo que parecen naranjas. No me extraña que entre los soldados se hable ya de tetas naranja". dejarse medir el órgano viril algunos atrevidos, y eso porque también se cubrieron con máscaras. Sólo puedo decir que los "ganadores" dieron un tamaño de 27, 25 y 24 centímetros (¡bárbaros!) y que el Jurado estuvo compuesto exclusivamente por mujeres.
Por cierto que la anfitriona se me acercó y me dijo al oído socarronamente:
- Embajador, pues eso no es nada comparado con lo del Príncipe de Asturias. Dicen que casi le llega a las rodillas (y se retiró riendo como un ángel-demonio).
Así terminó la Fiesta. Ojo, las fiestas, que no la noche. Porque algo pasó aquella noche (claro, el embajador no sabía nada de las "milagrosas", las hierbas salvajes afrodisiacas que habían saboreado con el marisco) que nos despertó a todos un ansia incontenible de hacer el amor y las más de cien habitaciones del Palacio ducal y otras dependencias del mismo se ocuparon en cuestión de minutos. A mí también. Y además recuerdo muy bien –ahora pasados los años- que me tocó en suerte una habitación en la que había colgado un espléndido retrato del gran Duque de Alba firmado por Tiziano. ¡Y lo recuerdo porque la mirada inquisitorial de Don Fernando Álvarez de Toledo, el que se comía a los niños según la leyenda flamenca con sus Tercios de Flandes, casi me obliga a abandonar el campo de batalla y mi guerra particular con aquella medio sueca, la de los pechos "Síbaris", que era la condesa de Elda, María Fernanda Fernández de Córdoba y Ladrón de Guevara".
Desgraciadamente, aquella mujer vital, la más Grande de España y la más guapa, cayó enferma un año después, para no volver a levantarse ya que no resistió a la enfermedad mortal.
***
Pues bien, éste era el ambiente de aquella Corte y del Reinado de Carlos IV. "No le iría a la zaga" los de Fernando VII e Isabel II. Por tanto no es de extrañar que cien años después, justo en 1898, España dijera adiós a los restos del Imperio y se perdieran Cuba y Filipinas. Aquellos barros trajeron estos lodos.
MODELOS DE PECHOS SELECCIONADOS:
• Pechos unidos:
Se llaman así, o también pechos mellizos o pechos siameses, a los que nacen y se forman sin separación 95 Julio Merino
alguna y casi estorbándose entre sí. El canal de separación no existe y las bases de ambas mamas se superponen dando lugar a una pared plana aunque unida, pegada. Tienen sus pros y sus contras. En primer lugar que no son cambiantes, es decir que resisten mejor que otros el paso de los años y la maternidad. No cambian. Sin embargo, y en climas muy calurosos o en las estaciones de máximas temperaturas, suelen ser fuente de sarpullidos molestos. A la Historia ha pasado como símbolo de este modelo de pechos la famosa Judit de la Biblia, la que le cortó la cabeza al general Holofernes para salvar al pueblo de Israel.
• Pechos acueductos:
Una de las armas que hicieron grande al Imperio de Roma, además de sus ejércitos organizados en legiones y sus calzadas (hoy carreteras, autovías y autopistas, la "Vía Apia" era una verdadera autopista) fueron sus "Acueductos". Allí donde llegaban lo primero que hacían era construir un acueducto para proporcionar agua a la población. (España es un buen ejemplo de ello dos mil años más tarde). El acueducto era ancho en su base, firme en sus columnas de sostén y estrecho, a veces muy estrecho, 96 RELATOS ERÓTICOS

en el canal de conducción. Pues bien, de ahí viene el nombre de este modelo. Los romanos llamaban "Pechos acueducto" a los que el canal de separación no rebasaba los 3 centímetros en la base y más o menos 12 de pezón a pezón.
• Pechos Tíber:
Fue el gran poeta Lucano (sobrino de Séneca) el primero que habló de este tipo o modelo de pechos… y lo hizo en un poema que se hizo famoso y popular en la Roma de Nerón. Los primeros versos decían: "Son tus pechos, Popea, como reflejo de nuestro Flumen Tiberis (Río Tíber): ancho en la llanura y fáciles de vadear y profundos y rocosos en la estructura. Son tus pechos el centro de tu cuerpo, como el Tiberis para Roma, y nadie puede pasar a tu lado sin mirar los islotes (se refería a los pezones) de la curva que rodea al Campo de Marte". Desde entonces los romanos llamaron "Pechos Tíber" a los que son anchos en la base y estrechos y duros en la cúspide.
• Pechos Ostia:
Ostia era el puerto y la playa de Roma, y llegó a ser la zona residencial más lujosa del Imperio. Allí pasaban muchos días en sus palacios Tiberio, Claudio, Calígula… Pero, también era la entrada del Tíber al mar y 97 Julio Merino
donde el río se abría de par en par. Quizá por ello los romanos comenzaron a hablar de los "pechos Ostia", es decir pechos que se abren desde el centro a las orillas, pechos que pasadas las estrechuras se desparraman para ampliar sus formas y fundirse con el mar con suavidad. Son algo más que los "pechos Tíber" y algo menos que los "pechos Mare Nostrum". Normalmente nacen por debajo del Ecuador y son blandos y de tonos casi marrones, como arenas de playa. Eso sí, con grandes rosetones en torno a los pezones. Soportan mal el paso de los años.
• Pechos "Mare Nostrum":
El Medite-rráneo actual fue para los romanos el "Mare Nostrum", dado que en el esplendor del Imperio llegaron a dominar todas las costas que dan cabida a sus aguas, desde Gibraltar hasta el Israel de hoy y desde El Cairo a Marsella. Eran los puntos más separados, los más distantes del centro… y quizás por eso a los pechos más abiertos el mismísimo Ovidio los llamó "Pechos Mare Nostrum". Este tipo de pechos muy separados suelen ser al mismo tiempo muy redondos y con pezones casi negros. Según habladurías romanas así los tenía la Reina Cleopatra de Egipto y por eso llamó 98 RELATOS ERÓTICOS
tanto la atención durante su estancia en Roma.
• Pechos Iceberg:
El "Doctor Arrows-mith", uno de los personajes que le dieron el Nobel de Literatura de 1930 a Sinclair Lewis, se casó en segundas nupcias con una ciudadana americana que lo tenía todo: belleza, dinero, juventud, simpatía, relaciones sociales, inteligencia… Bueno, todo, menos una cosa, que además no la dejaba ser feliz: sus pechos. Porque aquellos pechos pequeños no se correspondían con la esbeltez de su cuerpo. Arrowsmith, un investigador nato, se puso entonces a estudiar los pechos de su mujer y muy pronto descubrió la "anomalía", que aquellos pechos en lugar de desarrollarse hacia fuera lo hacían hacia dentro, y por ello tenía un pecho protuberante y unas mamas pequeñas. "Son como un Iceberg-dijo- que sólo sobresale a la superficie la parte más pequeña del todo". O sea, una masa grande bajo la superficie y dos puntas por encima y a la vista, sí, dos puntas, porque Arrowsmith descubrió que los icebergs tienen como dos cabezas separadas entre sí (según él para que los vientos tuvieran una salida y no arrastrasen en demasía al cuerpo sumergido). Son "pechos Iceberg".99 Julio Merino
• Pechos Olimpo:
El olimpo no sólo era la montaña más alta de Grecia, el Olimpo era la morada de los dioses, allí donde reinaba el gran Zeus, ayudado y servido por los dioses mayores y menores (y hasta por "Pegaso", el caballo volador). Entre aquellos dioses que formaban el Gobierno había cinco mujeres: Hera la Reina; Palas Atenea, la diosa de las ciudades, la artesanía y la agricultura; Artemisa, la diosa de la caza; Afrodita, la diosa del Amor y la Belleza y Hestia diosa del fuego y la virginidad. Según Homero todas eran guapísimas y esplendidas en sus formas. Pero, lo que no dice el ciego de "La Iliada" es que Zeus, que era un Don Juan impenitente, exigía a sus diosas unos pechos divinos. O sea, centrados pero altos; redondos, pero duros, y con pezones rojizos. Son los "pechos Olimpo". Los pechos de las diosas.
• Pechos Vesubio:
El Vesubio es el volcán de Italia (junto con el Etna de Sicilia) pero su fama y su presencia en la Historia le viene por la famosa erupción del año 79 antes de Cristo, que se tragó en unas horas la ciudades de Herculano, Estabias y Pompeya (sobre todo Pompeya, pues por ese tiempo era la ciudad que competía con 100 RELATOS ERÓTICOS
Roma en Arte, riqueza, cultura y lujo). De ahí, de esa catástrofe que conmovió los cimientos de la República, debió sacar el poeta erótico-amoroso Meleagro el nombre de "pechos Vesubio"… ¿y cómo son esos pechos?. Según Meleagro son pechos altos, llenos, redondos, que se caracterizan por algo especial: los pezones se esconden hacia dentro dejando un hueco parecido al cráter del volcán y sólo sumergen y se disparan hacia arriba tras una erupción de fuego. Son fríos en calma y queman cuando el interior se agita. O también cuando se enfrentan a temperaturas bajas o se sumergen en el mar, porque entonces los pezones escondidos se alargan y se tornan agresivos.
• Pechos Alpes:
Los Alpes no son un monte cualquiera, los Alpes son la cordillera más alta de Europa, donde los picos se levantan hacia el cielo como mellizos y con alturas de más de cuatro mil metros. A pesar de ello, y a pesar de su belleza natural sorprendente (sigue siendo una de las zonas más turísticas del mundo), los Alpes se caracterizan por ser fáciles de atravesar, gracias a los profundos valles que separan las cumbres. Anibal, Julio César y Napoleón pasaron 101 Julio Merino
por entre las montañas como Pedro por su casa. Pues bien, los romanos llamaron enseguida "pechos Alpes" a los que nacían fuertes y robustos; firmes y paralelos, como hermanos siameses; anchos en la base, pero accesibles en la subida; puros y frescos como el aire de nieve… y, por su situación en el cuerpo, separados, o sea en una longitud mínima de 15 grados, y en una latitud más alta que el Monte Blanco y el Monte Rosa.
• Pechos Séneca:
Al gran Séneca le costó un destierro de ocho años en Córcega su "aventura" amorosa extraconyugal con Julia, la hermana de Agripina, a su vez madre de Nerón y emperatriz de Roma por su boda con Claudio. Lucio Anneo Séneca era por esos años estoico convencido y el azote de las inmoralidades de la Corte… Pero, un día perdió la cabeza y se echó al monte con la bella Julia. ¿Por qué?. Él mismo lo explicaría más tarde a su discípulo Lucilio: "Muchacho, Julia no era ni mucho menos la mujer más bella de Roma, pero tenía los pechos más increíbles que hombre alguno pueda imaginar y cuando los ví por primera vez al desnudo mi vista se nubló y mi cerebro desapareció. Aquellos pechos eran redondos pero 102 RELATOS ERÓTICOS
puntiagudos, llenos pero no rebosantes, centrados pero mirando hacia arriba… ¡Dios, qué milagro!". Pechos Séneca.
• Pechos Jordán:
El Jordán es el río de la Biblia, de Israel, del Bautista y hasta de Jesucristo, pues con sus aguas fue bautizado. Desemboca en el Mar Muerto y su cauce (260 km) transcurre por terrenos que están por debajo del nivel del mar… Pues bien, cuando los romanos conquistaron y se apoderaron de la entonces Palestina una de las primeras cosas que observaron fue que los hombres eran muy altos y de piel tostada tirando a negra y que las mujeres tenían los pechos muy bajos (como puede comprobarse en las pinturas que representan a María Magdalena y las primeras cristianas). Desde entonces las mujeres romanas (hasta Aurelia, la madre de César) llamaron despectivamente "pechos Jordán" a los pechos caídos. Visibles y a veces hasta hermosos, pero bajos, muy al sur del Ecuador. No hay que olvidar que para la gran Roma sólo existían dos puntos cardinales: el Norte, que era todo lo que quedaba por arriba, y el Sur, que era todo lo que quedaba por abajo. No supieron que la Tierra era redonda hasta muchos siglos después y tras la condena 103  de Galileo Galilei.
• Pechos Atlántida:
La "Atlántida", que nunca se ha sabido muy bien qué fue, si una ciudad o una isla sumergidas, fue ya tema de escritores en la antigüedad, desde Herodoto, y modernamente fue tema musical para el gran Manuel de Falla, que compuso una sinfonía entre lo grandioso y el misterio. Los romanos, los hispanos, los mauritanos, la situaban más allá de las columnas de Hércules y a la salida del Mediterráneo al Atlántico. La Atlántida ha sido y sigue siendo el misterio de lo profundo. Quizás por eso a los pechos que nacen más alejados del Ecuador y próximos al ombligo se les llame "pechos Atlántida". Eso por su situación geográfica, pero por sus formas suelen ser pechos muy bien formados y hasta atractivos. Son como "limones del sur".
• Pechos Limón:
A la hora de comparar los pechos femeninos con una fruta o fruto está claro que el limón se lleva la palma, pues no ha habido poeta que se precie que no haya dedicado un verso al tema. Comenzando por el gran García Lorca que en un poema suelto dejó escrito: "Limonar. Nido de senos amarillos. Limonar. Senos 104 RELATOS ERÓTICOS
donde maman las brisas del mar…". O el romano Virgilio, cuando le canta a una de sus pastoras que "son tus pechos dos limones que piden a gritos echarse a volar. No los dejes que se te escapen y rema con ellos hasta el mar…". Y como el limón es de sobra conocido poco se puede añadir. Los "pechos limones" son pequeños, duros, macizos y con pezones en punta. Además poseen dos cualidades innatas: que nacen casi siempre altos, por encima del Ecuador, y que resisten muy bien la maternidad y hasta la menopausia.
• Pechos Pera:
La pera es el fruto carnoso que da el peral. Se la conoce desde los tiempos de Alejandro Magno (siglo IV antes de Cristo). Hay dos clases de peras (aunque muchas variedades): la pera dura y la pera blanda (a esta se la conoce también como "pera de agua"). Por su forma, como se dice en el modelo anterior, es muy parecida a la breva. O sea, base gruesa y redonda que se va alargando hasta terminar delgada y con pezones en punta mirando hacia arriba. Suele nacer por encima del Ecuador (lat. 5 ó 10) aunque al desarrollarse baja y baja más con el paso de los años. Son pechos de piel suave, pero 105 Julio Merino
resistente, si son como las peras duras y de piel áspera y superfrágil si son como las peras de agua. Algunos modistos dicen que son los pechos ideales para escotes abiertos.
• Pechos Plátano:
Son o se llaman "pechos plátano" los que nacen casi en el centro pero con tendencia clara havia el exterior. Son pechos alargados, redondos y finos, que vistos desde el frente parecen ciertamente dos plátanos, el famoso fruto de origen tropical (y canario). Terminan en la vertical de las axilas con pezones retorcidos, unas veces hacia arriba y otras hacia abajo. Nacen siempre en torno al Ecuador. En el Caribe, donde aparecen con frecuencia, se les llama también "pechos playeros" (como a determinados toros en la Baja Andalucía). Pueden medir desde la base de nacimiento al pezón entre 15 y 25 centímetros. En la Historia se habla de este tipo de pechos en la Numidia (hoy Argelia) del rey Yugurta. Salvador Dalí debió conocerlos porque son los que plasma en su obra "Shirley Temple, el más joven monstruo sagrado del cine de su tiempo".
• Pechos Astifinos:
El primero que habló de "pechos astifinos" fue Aristóteles, más  o menos 300 años antes de Cristo. Luego que no saquen pecho los taurinos como descubridores del modelo… Son "toros astifinos" los que tienen los cuernos delgados, limpios, brillantes y hacia arriba. Según los propios toreros son peligrosos porque si te "empitonan" penetran hasta el fondo, aunque sus heridas sean limpias como la de una espada toledana. Ahondan pero no desgarran. Son pechos astifinos los que acaban en pezones alargados, finos, duros y resistentes… y sobresalen o dicen "aquí estoy" aun yendo cubiertos y sujetos. Por la situación en el cuerpo suelen estar por encima del Ecuador y bastante centrados (long. 10 y lat. 5). En la Historia aparecen como "pechos astifinos" los de la Princesa de Éboli y en el Cine los de María Félix.
• Pechos Bizcos:
En el mundo taurino se llama "toro bizco" al que sus astas no guardan simetría y queda una más alta que la otra. O sea, una por encima del Ecuador y otra por debajo. Algo parecido sucede con algunos pechos femeninos, que sin saber por qué tienden uno hacia el norte y el otro hacia el sur. Normalmente son pechos llenos y abundantes, con pezones anchos en la base y puntiagudos en las puntas.
Son casos aislados que suelen aparecer en climatologías inestables y cambiantes, aunque de mucho sol. Goya los plasmó en varios de sus aguafuertes llamados "Caprichos". Las mujeres que los poseen suelen ser madres de abundantísima leche en periodos de lactancia.
• Pechos Corniabiertos:
Se llaman así a los pechos que teniendo una base de latitud 0 y una longitud entre 15 y 20 terminan con unos pezones llamativamente inclinados hacia el exterior, que en algunos casos alcanzan hasta una "longitud 25". Son pechos abiertos o muy abiertos que se dan en mujeres de gran corpulencia física y tallas altas. Se les llama también "cornianchos". Curiosamente son los más aplaudidos por los varones y en terminología taurina los más temidos por los toreros. Según el Cossío fueron los "toros corniabiertos" los que dieron lugar a las famosas "espantás" del Gallo, el marido de Pastora Imperio… En la Historia, al decir de Suetonio, tenía unos pechos corniabiertos la famosa Mesalina, la emperatriz y terror de los burdeles de Roma… y en el cine Anita Ekberg.
• Pechos Astinegros:
Son unos pechos casi únicos, y no por sus formas ni por su situación en el cuerpo, sino por su color, ya que son blancos como la leche más blanca en la base y lo que es la mama en sí y negros como la tinta negra en los rosetones y los pezones. O sea, blanquinegros. Nacen centrados, en pleno Ecuador, aunque separados o muy separados, y además frontales… y además resisten plenamente la pubertad, la maternidad y la menopausia. Según algunos de los biógrafos de Julio César así eran los pechos de Servilia, su amante durante muchos años y a su vez madre de Bruto. Las mujeres de pechos "astinegros" o "blanquinegros" suelen ser muy velludas sobre todo en la espalda, en el surco o canal que baja desde el cuello a la cintura y de carácter muy fuerte.
• Pechos Melón:
Que el cuerpo humano es todavía, en muchos aspectos, un misterio lo dicen los científicos, los médicos, los químicos y hasta los siquiatras. También es cierto que cada día se descubre algo nuevo que aclara misterios de ayer. Uno de esos descubrimientos fue la hormona llamada "prolactina", la que más influye en la forma y el tamaño de los pechos femeninos y la mayor o menor abundancia de leche materna. La mujer que tiene pechos grandes, muy llenos (como melones) y blancos es porque tiene exceso de "prolactina" y viceversa. Y también es curioso saber que la fuente principal de "prolactina" es el estrés. A más estrés, por tanto, más "prolactina" y pechos más grandes y llenos. Y en esto influye poco la edad.
• Pechos Calabaza:
Este es el no va más de los pechos grandes y en su formación influye más la alimentación que la prolactina. O sea, la absorción abundante de grasas y escasez casi total de hidratos. Por su forma y su tamaño son, ciertamente, llamativos. Pero, hay algo que todavía sigue siendo un misterio, la estructura rugosa (a veces arrugas profundas) de las mamas y la desaparición de los pezones. Vistos desde frente son como una pared lisa y con dos rosetones (estilo gótico) amplios y una selva de granulados rosáceos y puntiagudos. Como un misterio es que estos "pechos calabaza" no produzcan leche alguna durante la maternidad y que las arrugas se vayan borrando con el paso de los años.
• Pechos Ballena:
Se llaman "pechos ballena" (o también "pechos foca" o "pechos elefante")… y no tienen nada que ver con los "pechos hamburguesas" de las "gordas" de Botero ni las americanas de la "comida basura". Los "pechos ballena" no son producto de la obesidad ni de la alimentación y las grasas, pero son enormes, pues rompen todas las normas y todas las formas. Nacen por encima del Ecuador, aunque sus raíces parecen salir de los hombros, y por la longitud no sólo llenan el pecho sino que los desbordan por los laterales, hasta el punto de rebasar la vertical de las axilas. Las mamas parecen como dos globos hinchados y a punto de estallar. Lo curioso, sin embargo, es que casi siempre se presentan en cuerpos normales, no gordos ni llenos. Unos "pechos ballena" pueden darse en mujeres (incluso jovencitas) delgadas y esbeltas. ¿Exceso de prolactina?. No se sabe, son un misterio. Por cierto, y otra curiosidad, los corsés femeninos para sostener los pechos se hicieron durante siglos con las láminas córneas y elásticas que el animal posee como dientes: el corsé de ballena.
• Pechos Eróticos:
Cuando París era la casa del arte y los grandes de todo el mundo luchaban entre sí buscando nuevas fórmulas (realistas, impresionistas, modernistas, cubistas y etc.) apareció el desnudo de Gustavo Courbet, y allí se armó la marimorena. Era "La mujer de la ola" (hoy en el Museo Metropolitano de Nueva York). O sea, una mujer que sale del mar en postura poco académica, con un busto de tamaño natural que emerge de las olas, con los brazos que dejan ver incluso el vello de las axilas, pintada en tonos rojizos y azules para resaltar la hinchazón de los senos y la influencia del frío, que hacen que los pezones aparezcan erguidos y en punta. Cezanne se llevó las manos a la cabeza y dijo que al ver esta obra "uno tiene la boca llena de colores y babea". Otros dijeron que eso era erotismo y no arte, por no decir pornografía… Coubert se limitó a mostrar el tratado de Durero sobre las proporciones humanas y los dibujos sobre el cuerpo de Leonardo da Vinci. En la naturaleza –decía el artista- sólo hay formas y colores, el erotismo esta en la mente del hombre.
• Pechos Abandono:
Frente a los "pechos Síbaris", los más cuidados, están los "pechos abandono". Es decir, los pechos de aquellas mujeres que por circunstancias externas (sociológicas, económicas, patrimoniales, maternales, depresivas) o genéticas se abandonan y renuncian a los cuidados y atenciones más elementales que exigen las normas de la Belleza. ¡Y esto no es un problema de edades!, porque ese abandono puede ser consecuencia de un fracaso amoroso juvenil, el hastío de la rutina del ama de casa, un fracaso matrimonial, la desaparición del compañero y la viudez o las drogas, el alcoholismo y las inclinaciones suicidas. Cuando la mujer deja de mirarse al espejo, cuando la mujer vive en permanente pijama de "estar en casa", cuando la mujer no tiene vida social alguna o se siente postergada por la aparición de otra mujer, tiende al abandono… y eso se nota en todo su cuerpo, pero especialmente en sus pechos, ya que entonces la masa que les da forma se reduce, se arruga y se hace flácida, con lo cual los pechos se vienen abajo y se dejan caer hacia el Sur. Son los "pechos abandonos".

Julio Merino




         Julio Merino es ya un veterano periodista (más bien un viejo) y un escritor consagrado. Nació en Nueva Carteya en 1940 y se hizo Maestro Nacional en la “Escuela Normal de Magisterio” de Córdoba. En 1959 se trasladó a Madrid y allí estudió Filosofía e Historia y se hizo periodista en la “Escuela Oficial de Periodismo”, con el número 1 de su promoción de 1964. Desde entonces y hasta su jubilación en 2002 vivió intensamente y casi siempre en primera fila la vorágine periodística. Fue subdirector del diario “Pueblo”, dirigido por Emilio Romero, y Director de la agencia de prensa “Pyresa”, de “El Imparcial”, del “Diario de Barcelona” y director-fundador del “Heraldo Español” y “La Voz”. En esos más de 50 años publicó unos 12.000 artículos y entrevistó a numerosos personajes nacionales y extranjeros (entre los primeros a don Ramón Serrano Súñer, Adolfo Suárez, a Manuel Fraga, al Honorable Joseph Tarradellas, a Torcuato Fernández Miranda, a Sabino Fernández Campo, a Manuel Benitez “El Cordobés”, a Carmen Sevilla, a Antonio Buero Vallejo y otros y entre los extranjeros al “Che Guevara”, Richard Nixon, Charles de Gaulle, Jean Paul Sartre, Gadafi y otros).

          Como escritor Julio Merino ha publicado más de 100 obras, entre ellas “Los pecados de la Monarquía”, “Episodios estelares de la España del siglo XX”, “Spalis, el gran secreto de España”, “50 personajes de la historia”, “Los caballos famosos de la Historia”, “Los Grandes de Córdoba” y muchos más.

         Fue Premio Nacional de Ensayo en 1966, nacional de la Crítica Cinematográfica en 1967 y Nacional de Teatro en 1973. Actualmente sigue escribiendo, ya retirado en su Córdoba natal, en “La Razón”, “PRnoticias” y “Diario Córdoba”. Desde 1977 es miembro de la Real Academia de Córdoba.


miércoles, 10 de octubre de 2012

Relato de Carmen Espada: " El jardín de Caridad".



EL JARDIN DE CARIDAD



Hacia fuera, de espaldas a la puerta, con los ojos siempre fijos en lo
de afuera pero buscando hacia dentro los lugares invisibles donde se esconden su recuerdos, fantasmas que van y vienen adormecidos, formando parte de su figura echada hacia la vía, hacia el ir y venir del pasado inquieto que no termina de precisar un lugar en el tiempo. Hacia fuera, que huele a verde, sin ver, pero mirando fijamente, sin permitirse un solo pestañeo, por si reanuda su viaje el tren que un día de agosto dejó de silbar, bajo esa misma ventana, una canción de amor con dedicación exclusiva.

Como si la estuviese viendo, Camila, cuyo nombre parece la herencia de cincuenta años de cándida viudez, se ha parado en el umbral de la habitación, dormitorio de su niñez, presidido por cortinas de otomán teñidas de color salmón amenazante, del mismo color que tapizaba de extremo a extremo el testero inacabable de vigilias con sabor a grumosas noches de miedo infantil. La niña, que ya creció sin advertir el paso experto del tiempo, las mira con el mismo recelo de su infancia, sin osar descubrir la pared que esconden, impregnada de brujas, de duendes, de misterios. Las mira y se percata de que ella ya no está. Su figura asomada a la vía se transparenta, para dejar filtrar la luz del atardecer entre el naranja rancio del paño, casi tapiz, de un cielo que frecuentemente anuncia nostalgia. Buscarla como a tientas es inútil, la abuela definitivamente ya no está. Se difumina su contorno entre el enrejado del barandal que, día tras día de su existencia, protegió el cuerpo compungido que miraba hacia el horizonte, por encima de los tejados, hacia el campanario de la parroquia, esperando oír un tañido de perdón.

- Camila, te estamos esperando ¿Dónde te escondes, criatura?- La hermana se acerca invadiendo la libertad de unos recuerdos reservados y urgentes.-Vamos, niña, ya está Pedro esperando en el salón.
Camila y Sole se alejan del dormitorio y en el acto se prorroga el espacio violentado por la presencia de las dos hermanas, extendiéndose hacia la quietud que lo poseyó desde el día en que la casa de la abuela se cerró y quedó arropada por esa densidad inacabable de las soledades antiguas, por las soledades que dan la espalda a cualquier presencia. Soledades de nirvana, como las esferas de cristal que guardan imágenes de objetos mientras una nieve de papel las inmoviliza y las exilia del tiempo.

Camila suspira mientras descienden las escaleras cogidas de la mano-¡Ay, Sole! Al entrar en el dormitorio me pareció volver a verla, de espaldas, mirando por la ventana, como si todavía estuviera aquí, en la casa que tanto quiso, en la ventana de sus desvelos, soñando con el regreso del abuelo ¡Ay! Aunque no te lo creas, yo la vi, tan bonita como siempre.- Camila deja detener un instante sus emociones, alejándolas del círculo que comienza a descargarse amargo entre las dos. Procura alejarse de sus temores con el tacto de la otra, que simula no temblar.- Vamos, vamos rápido, acabemos cuanto antes.

No importa la premura, a los fantasmas pocas cosas le importan, pero ellas bajan deprisa, por si acaso.

El salón ventila entre tinieblas de duelo un sol tibio de abril, un sol semitransparente y diminuto, un sol escondido bajo la seda de un parasol que no se atreve a anunciar la primavera. La estancia se vierte de presencias que añoran a la abuela Camila, ya sin nombre, proyectando sus sueños en tareas pendientes, en hojas por escribir, en folios notariales que Don Pedro descubre cuidadosamente, desvelando un alma, como si eso fuese posible, como si se pudiesen encajar en un solo momento las cerraduras oxidadas de tantos años de espera, como si la espera de tantos años tuviese un final, como si a las roturas de la esperanza se le pudiesen coser remiendos como se cose una tela estampada de sombras.
- Como ya sabréis, Doña Camila Ramírez depositó en tantos años
de amistad, con este servidor aquí presente, su confianza, y es por eso que la ilustre Notaria de Aguilar Fuensanta ha custodiado con respeto y sobretodo con amor, con mucho amor, este legado que hoy nos disponemos a abrir en presencia de sus herederos.- Don Pedro eleva la voz a la medida del interés de sus destinatarios, medio perdidos en medio de un legajo de folios terrosos, ásperos, como la despedida sin adiós de una abuela de porcelana que cada día estrenaba piel de marfil.

Y pasan las palabras, una tras otra, lentamente, con la emoción de pompas de jabón que se desvanecen en el espejismo de una tarde de primavera que Camila nunca habría de olvidar en aquella casa de la calle Mesón, contigua a otra casa, la de vecinos, que indiscretos olfatean las entradas y salidas de los dolientes con el ansia de ver alguna lágrima que humanice tanta solemnidad. También ellos recuerdan a una Camila como hecha del cristal más delicado, sugerida, sin derredor, intentando tocarla en el ayer para descubrirla inabarcable, indescifrable y misteriosa. La curiosidad se expande mientras dentro de la casa los murmullos se enroscan en voz muy baja.

La figura del notario se diluye entre despedidas y buenos augurios, mientras Camila retiene en sus manos el opúsculo de otras manos, más viejas y azuladas, que jugaban con las suyas a alcanzarlas, en medio de la soledad de su niñez, disfrazadas de tortuga, de paloma o de caricias. La carpeta que le han entregado se deja tentar sin prisas, y al tacto parece dormida como la bella del cuento que se escondía entre la espesura de un jardín perdido en el centro de un la ventana de sus desvelos, soñando con el regreso del abuelo ¡Ay! Aunque no te lo creas, yo la vi, tan bonita como siempre.
- Camila deja detener un instante sus emociones, alejándolas del círculo que comienza a descargarse amargo entre las dos. Procura alejarse de sus temores con el tacto de la otra, que simula no temblar
.- Vamos, vamos rápido, acabemos cuanto antes.


No importa la premura, a los fantasmas pocas cosas le importan, pero ellas bajan deprisa, por si acaso.

El salón ventila entre tinieblas de duelo un sol tibio de abril, un sol semitransparente y diminuto, un sol escondido bajo la seda de un parasol que no se atreve a anunciar la primavera. La estancia se vierte de presencias que añoran a la abuela Camila, ya sin nombre, proyectando sus sueños en tareas pendientes, en hojas por escribir, en folios notariales que Don Pedro descubre cuidadosamente, desvelando un alma, como si eso fuese posible, como si se pudiesen encajar en un solo momento las cerraduras oxidadas de tantos años de espera, como si la espera de tantos años tuviese un final, como si a las roturas de la esperanza se le pudiesen coser remiendos como se cose una tela estampada de sombras.
- Como ya sabréis, Doña Camila Ramírez depositó en tantos años de amistad, con este servidor aquí presente, su confianza, y es por eso que la ilustre Notaria de Aguilar Fuensanta ha custodiado con respeto y sobretodo con amor, con mucho amor, este legado que hoy nos disponemos a abrir en presencia de sus herederos.- Don Pedro eleva la voz a la medida del interés de sus destinatarios, medio perdidos en medio de un legajo de folios terrosos, ásperos, como la despedida sin adiós de una abuela de porcelana que cada día estrenaba piel de marfil.

Y pasan las palabras, una tras otra, lentamente, con la emoción de pompas de jabón que se desvanecen en el espejismo de una tarde de primavera que Camila nunca habría de olvidar en aquella casa de la calle Mesón, contigua a otra casa, la de vecinos, que indiscretos olfatean las entradas y salidas de los dolientes con el ansia de ver alguna lágrima que humanice tanta solemnidad. También ellos recuerdan a una Camila como hecha del cristal más delicado, sugerida, sin derredor, intentando tocarla en el ayer para descubrirla inabarcable, indescifrable y misteriosa. La curiosidad se expande mientras dentro de la casa los murmullos se enroscan en voz muy baja.

La figura del notario se diluye entre despedidas y buenos augurios, mientras Camila retiene en sus manos el opúsculo de otras manos, más viejas y azuladas, que jugaban con las suyas a alcanzarlas, en medio de la soledad de su niñez, disfrazadas de tortuga, de paloma o de caricias. La carpeta que le han entregado se deja tentar sin prisas, y al tacto parece dormida como la bella del cuento que se escondía entre la espesura de un jardín perdido en el centro de un profundo bosque, en el centro de un ramaje que pide ser ordenado para dejar pasar a la heroína destinada a encontrarla. Junto a la carpeta se le ha entregado un extraño broche en el que se ajusta con perfección una piedra color verde oscuro, como sus ojos, bordeada de pequeños cristales negros chispeantes y traviesos. Camila la mira con ternura recordando la pieza prendida sobre la solapa de sus camisas.

-Abuela ¿Me dejas tocarlo? Parece un escarabajo a punto de escapar.- El verde plateado brilla reflejado en sus ojos, verdes también, ahora casi mágicos.

Sole y Camila abandonan la casa junto con el resto de la familia,comentando la necesidad de ponerla en venta y concluir con las pasadas vidas de los que la habitaron, abandonando dentro todos los alientos, todas las risas lanzadas en desorden, todos los besos y los secretos ocultados, como si fuese posible un trueque proporcionado, como si cupiese la simetría dentro de un proceso de compraventa donde los objetos del contrato son las almas de las personas que se llegan a amar profundamente. La familia se despide y las dos hermanas se alejan de la pereza del sonido del portón al cerrarse. En silencio, cada cual, guarda adentro las propiedades que la abuela les cedió, como se dona un recuerdo compartido que se vuelve de nadie, extraño y frío, envuelto en papel de regalo con dibujos de viento, que se mueven rítmicamente al paso de los pensamientos que se precipitan sobre ellas, y sobre la calle Mesón, que se ha escapado de la permanencia de los recuerdos de las dos niñas, ya no tan niñas, pisando unas lozas estriadas que ocultan las piedras que pisaron los pies descalzos de la añoranza, de una rara enfermedad congénita que precipita su desarrollo en la madurez. La calle se separa sin remedio de su ayer, ahora con una casa de vecinos rota, con unas vecinas más abandonadas que antes, sin sus hijos, que se fueron sin saber que llevaban latente esa rara enfermedad y que años más tarde intentarán sanar a base de orfidal y de valium, por si acaso el deseo vehemente de volver a ser niños, de volver a adueñarse de la candidez de las tardes de verano y retomar la inocencia en el punto donde se abandono, pudiese sanar bajo el efecto de estas medicinas. Sólo por si acaso.

La calle se deja sentir sin memoria, sin la tienda de Agustín, donde todo cabía, donde todo aparecía y desparecía como por arte de magia, donde las pesetas daban para todas las golosinas deseables, donde las cuentas de sus clientas subían y bajaban al ritmo del trabajo, dentro de un cuaderno sujeto con fuelles de azar, que olvidaban repasar algunas notas, agotándose hasta las pastas, para sustituirse por otros, que ya nuevos, dejaban ver las manchas de aceite sobre los mismos nombres plasmados en el día a día sin más mañana que el presente. La calle se vuelve avariciosa y no devuelve ni un solo retrato de “la tienda de las niñas”, de la casa de “Ranchal” el pescadero, de “la Toti” que jugaba en el rellano de la escalera de todas las casas, pidiendo a sus amigas soñar con los juguetes que traerían los reyes magos, para disfrutarlos doblemente, en el sueño primero y en la realidad después. La calle Mesón de la nieta se borra, sin las siestas de agosto jugando entre recortables de muñecas donde mirarse a un espejo de mujer, sin la azotea que se colaba en el cine de verano de la calle Quintana, disfrutando de las películas en el silencio de noches donde todo cabía, hasta las estrellas. La calle se borra mientras pasean por otra que le ha tomado prestado el nombre, más larga, más desatenta e intranquila, más olvidadiza de los apellidos que la habitan, sin oír las charlas nocturnas que se sentaban en corro en las otras calles que le nacían como afluentes, la calle Huertas o la calle Corralás. Una niebla de hielo impasible, parece que acompaña a las dos hermanas mientras se alejan de la casa de su infancia bajo el cielo de una Lucena que, para evitar el olor a polvo de serrín, cerró los postigos de sus ventanas al horizonte limpio de los olivares que, al atardecer, traían un sol liviano, dejándose tocar a través de las persianas desgastadas de madera, con olor a rape, a flores vivas y cercanas, a vistas sin escudos, amplias, vueltas al paisaje que se asomaba entre los tejados, como la abuela Camila, siempre mirando hacia el olor del campo. La calle Mesón, que se desgasta, no dice adiós, y se pierde en una esquina de escaparates. Las hermanas se separan con un beso y un hasta mañana.

A solas, Camila, que besa su nombre por ser el de la abuela, se esconde del desierto de su separación en la habitación de un piso que no sabe leer la luz de las calles, alejado por otros pisos que lo incomunican de la calma y del olor a quietud que se enreda entre las plantas de los patios iluminados por las estrellas del ángelus. Ha dejado entre abierta la ventana del salón, por si acaso la nube compacta y decidida que se ha adueñado de sus vistas desde que la abuela muriera, sin permitir si quiera traspasar una certeza, se deslía, mudando la melancolía en algún tipo de consuelo. La carpeta sobre la mesa parece abierta. De su interior algunos papeles escritos reconocen la letra desgastada de los dedos que tantas veces desenredaron su cabello de trenzas.

-Abuela, no apures tanto con el peine, que duelen los tirones.-

Los recuerdos no se interrumpen, no dejan de sonreír, como si tuviesen algo inaplazable que contar. Camila los desata de su lazada de secreto y despacio comienza a leer huellas que se omitieron años atrás, cuando todavía el conocimiento, que todo lo convierte en lección, se escondía como neblina de memoria entre las cortinas engañosas de sus noches de miedo, de las noches que dejaban oír por las escaleras los pasos sigilosos del tío camuñas, los cascabeles del martinillo, o la mirada perdida de la loca que se llevaba a los niños escondidos en su regazo.

“Mi querida niña, mi nieta del alma, no sabes cuanto me acuerdo
de ti, cuanto te echo de menos. Cada domingo te veo salir por la puerta de este hogar que me reserva un cuarto plastificado y una ventana traidora, que no me deja ver las afueras de este destierro que Dios se empeñó en transmitirme, como parte del abandono que he sufrido siempre, desde que tengo memoria. Me duele, que cada vez con más frecuencia abandones mi compañía, sin notarlo si quiera, para vivir tu vida, que yo me creía mía. Mi Camilita creció sin avisar que le estorbaban las trenzas que yo hacía y deshacía con la veteranía de haber pasado por mis manos una hija y cuatro nietas más. Guardo esta nueva soledad, la de verme sin ti, sólo para mí, como he guardado otras que tú imaginas pero que ni siquiera conoces. Sé que te vas, una y otra vez, aumentando el espacio de tus viajes, para estudiar leyes que yo desconozco y que a ti te asombran y te fortalecen. Pero me gustaría decirte que hay otras leyes, aparte de las que se escriben en los enormes libros que llevas de acá para allá, como llevas esa medalla que yo te regalé y de la que nunca te separas. Son leyes tan viejas como la vida misma, son leyes que crean cárceles para el alma, que no prevén la posibilidad de salidas ni de remisión por buena conducta, y de las cuales resulta muy difícil escapar. Son cárceles hechas para vigilar y castigar. Lavar la culpa sólo se hace posible con el agua de las lágrimas que uno se pasa toda la vida derramando. Mi querida nieta, es tanta mi soledad sin ti, en tus estudios, sin tus hermanas, ya casadas, que me he decidido a escribir para contarme lo que nunca me dije, para intentar, por última vez, reducir los años de condena que me impusieron las leyes extrañas del orgullo, del miedo, del rencor y de la soberbia de una sociedad que a fin de cuentas tan sólo te deja por compañía el olvido. No te imaginas las veces que me he dicho a mi misma que ojala existiese una vacuna contra la torpeza y la ceguera de los sentimientos, contra la cobardía de los necios que se niegan a si mismos para abreviar el dolor de los momentos que trunca el destino y se vuelven contra uno, como las balas que durante la guerra marcaron mi juventud y mi corazón sin remedio. Una vacuna que me hubiese prevenido de tanto despropósito y me hubiese evitado la fiebre incurable del engaño permanente. Yo te contaba mi viaje a Cuba como quien relata a su nieta un cuento elaborado de ensueños, hecho de pequeños trozos de otras historias, que me empeñaba en hacer mías por conceder más clemencia, más compasión a sus personajes, más generosidad a sus vidas y te negué la historia que me tocó vivir a mi, con toda su acritud y sus indulgencias, que también las tuvo, porque todos los caminos amparan ternuras y calvarios. Para mí, tu abuelo, no tuvo competidor, ni vivo, ni después de su entierro. Me enamoré de él desde el día en que lo vi bajar de un tren desordenado que raramente traía a la estación de Moriles-Horcajo viajeros de Madrid. Yo me encontraba allí por una de esas casualidades caprichosas que producen descocidos en las vidas, puesto que de aquel tren debía apearse otro hombre, el que estaba destinado a ser mi marido. Pero éste nunca llegó y en cambio de aquel tren surgió entre bruma otra figura que me arrebató la vida y te hizo posible a ti. Quién puede negar la sabiduría de las manos que dibujan el devenir. Yo, hoy por hoy, no me atrevo a juzgar los acontecimientos y si tuviese la oportunidad de elegir optaría mil veces por mi hija y por mis nietas. Sin dudarlo Camila, sin dudarlo un instante.

Nos casamos en Octubre y viajamos a Cuba. En aquel viaje el destino marcó con suavidad sus etiquetas, las que llevé prendidas en mi vida con la aceptación de saberlas permanentes, insalvables. Recuerdo el Hotel Nacional, en su esplendor, rodeado de una enigmática presencia, respirando el aroma de una noche calida de paz y de estrellas, de un cielo libre que mis ojos inexpertos no abarcaban en toda su maravilla, imaginando la mirada de otros ojos, la de los piratas que en los cuentos de mi niñez lo contemplaban con todo derroche, conocedores de su magia, la que nace inseparablemente de un mar de irrealidad que se pierde en los tiempos. Ahora tengo la certeza de que ese hotel siempre estuvo esperándome, como se espera el destino, como se espera la vida o la muerte. Mientras caminaba por sus amplios pasillos me soñaba como una reina moviéndose por los espacios para recibir su corona de rosas. Lo que ignoré entonces fueron las espinas. Viví en aquel lugar las mejores horas de mi vida, sintiendo los esmeros de unas manos invisibles que me hablaban de caricias húmedas de brisa, siempre a punto de gastarse.

Desde el principio, nuestro viaje de novios, abrigó razones más urgentes que mantener enamorada a una muchacha recién estrenada de ilusión, a una criatura confiada a los besos de su marido impenetrable. El viaje se urdió por otro tipo de besos, los que se lanzaban al viento de la libertad, tan enferma en la España que yo olvidé con ligereza a mis 19 años de edad, nada más descubrir los luminosos colores de un nuevo país. Nuestra primera escapada de la Habana nos condujo hacia Viñales, una región tropical de color rojo, inflamada por los ecos de los cimarrones, que dejaban oír la rebeldía entre la oscuridad de las cuevas de agua y el orgullo de una patria dueña de si misma, sin olvidar que dentro, en los más hondo, palpitaba la vida, como por ley natural deben permanecer los corazones, siempre propietarios de sus sueños. Y yo, como iba a imaginar que Vicente escondía otros desvaríos diferentes a los nuestros, como iba a imaginar que tenía un alma que no era sólo mía cuando le deslicé entre los dedos una alianza de entrega absoluta, resignada a perder todo lo que era mío en pos de una sola palabra, nuestro. Aún retumba en mis oídos el lenguaje de una entrega sencilla y permanente.

Enseguida captó mi atención la efusividad del saludo que tu abuelo derrochó con el contacto, o al menos ese atributo le añadí yo al hombre de tez azabache que salió a nuestro encuentro después de tantos días de viaje. Se abrazaron como se abrazan dos viejos amigos, dos seres anudados a eslabones que se han enlazado a través de razones poderosas, profundas, ancestrales y que se heredan como el color de los ojos o de la piel para señalarnos las singularidades que nos han de acompañar a largo de la existencia. En ese mismo instante se abrió dentro de mí una consciencia oscura, como se abre una ventana hacia la noche, y tuve miedo del desconocido que me había cogido la mano para cruzar el mar de los piratas.

Llegamos al anochecer a una casa colonial cuya blancura remataba los eternos colores que durante el trayecto me explicaron la esencia de una Cuba sin límites, dilatada por añadidura hacia el azul indeciso de su mar o hacia el azul caprichoso de su cielo, que igual se plegaba en gris tormenta, en celeste absoluto, en amarillo de fruta. La casa nos llamó por nuestro nombre nada más llegar y nos abrió sus puertas como se reciben a viejos compañeros acomodándonos entre sus secretos permanentes sin vacilar un instante. En los meses que paseé por sus sombras siempre fui una pieza más de ella y nunca me sentí como una extraña. Esa noche los propietarios me asignaron una muchacha bronceada de mirada segura, vestida de hilo blanco, de un blanco purísimo, para que me ayudase a acomodarme. Esta nativa se llamaba Caridad.

Caridad vivía en una casita como de papel, pequeña, sin sonrisa, sin vistas, tan enmarcada en la pobreza que parecía a punto de gastarse si uno la miraba con insistencia, aunque para mi sorpresa escondía en su interior un jardín, como de novela, inventado por sus manos inquietas que todo lo sembraban para darle vida a la vida, para historiar los días que ella alargaba indiferente a los amaneceres que avisaban otros días, ocupando el tiempo a su antojo, jugando con él como jugaba con esas ansias de vivir que le latían adentro. A Caridad le sobraba vitalidad y le estorbaban las lindes que el tiempo impone. Y de nuevo, nada más verla, volví a sentir ese estremecimiento que tenían arrestados mis sentidos desde nuestro desembarque, volví a sentir un despliegue de incertidumbres arrastrándome hacia lo irremediable.
Supe que, entre mi equipaje repleto de miedos y sus ojos de color azucarado, se abrirían experiencias que ya nunca podría olvidar. No me equivoqué y esa misma noche Caridad y yo despertamos una amistad que, doy gracias a Dios, me consolaría durante toda la vida. Es sencillamente inexplicable disfrutar la complicidad que puede llegar a nacer entre dos mujeres tan distintas, llegar a hospedar sin reservas los vínculos de amistad entre dos realidades que se escuchan en la distancia. Y es que, mi querida nieta, no sé como podría explicarte, que entre nosotras las mujeres, el afecto adopta formas de entrega incondicionales, que entre nosotras, independientemente de las razones que aparenten diferencias insalvables, puede llegar a nacer el afecto incondicional, la ternura silenciosa que no esconde miramientos aunque carezcamos de vínculos de nacimiento.

El apego no es raro pero el amor verdadero se acerca despacio. El gusto por la compañía de otras personas es propenso a esconderse entre el discurso de la timidez y la lógica del temor a ser rechazado. Ante la verdadera amistad el prejuicio se desconecta de las bases que lo forjó y tiene cabida una armonía de lealtades que no necesita nada más para permanecer, para perdurar día tras día, año tras año en un para siempre. Caridad y yo descubrimos, nada más quedarnos a solas, que un asomo parecido a la ternura se nos había plantado en el corazón de la una hacia la otra. En mi caso fue la dulzura de una mirada lucida e intuitiva, una figura resuelta a no detenerse ante ningún encierro, una luminosidad de mestizaje que sonreía sin cautela hacia lo largo y ancho del tiempo. Más tarde ella misma me confesaría en sus cartas lo que le atrajo de mí hasta la envidia; mi piel pálida, casi de amanecer, envuelta en las gasas de un vestido rosa lánguido, como desgastado. Fue entonces cuando decidió apodar a uno de sus rosales con el nombre de Camila, manía medio mística, medio supersticiosa que arrastra hasta el día de hoy.

Mientras tu abuelo se alejaba a cada oportunidad de mi compañía, para frecuentar la de otras personas, ajenas y hasta extravagantes para una muchacha provinciana y asustadiza que comenzaba a sentir la presencia de fantasmas por todos los rincones, decidí auxiliarme en la lectura de los libros de poesía que tanto consuelo y amparo han concedido a los pasillos de mi soledad, entregarme a largas caminatas por los caminos de una campiña que podía admirarse de diferentes colores; verde limón al amanecer, verde guayaba en horas de siesta, verde mar al anochecer, y resguardarme en la casa de juguete de Caridad, donde siempre quedaban cosas por hacer, inventadas y rebuscadas con la excusa de un jardín al que le crecían pies sin cadenas y que hermoseaba entre las luces y las sombras del pasado y el futuro. Allí aprendí, de una mujer de fortaleza incomparable, que el destino tiene incontables caminos y que entre ellos se esconde uno que puede ser de risas eternas, de confianza milagrosa.

Nuestras conversaciones a veces duraban hasta altas horas de la noche, estudiando nuestros corazones sin explicaciones, esperando confiarnos nuestras razones, lo más antiguo y lo más nuevo. Y yo, que comencé a atesorar esos momentos para separarlos con distinciones de otros pasados, descubrí el placer del presente, destapé la existencia de una nueva pieza dentro del juego de mi vida en la que jamás había reparado. De Caridad aprendí todo lo que te enseñé a ti sobre plantas.
Esa mujer solía llenar sus silencios con el aroma de las flores de un jardín cosmopolita que hablaba todos los lenguajes de los nombres que escondía. El jardín tenía casi de todo y sobretodo una profundidad espontánea, como de mujer, una humildad elegante y buena. Algo se disfrazaba entre esa vegetación casi irreal que ella mostraba con orgullo a todo el mundo, y que vigilaba, con esos ojos que saben ver rebatiendo lo evidente y penetrando en los latidos de lo que sólo se asoma. Aunque también pudiera ser que la risa y los colores brillantes que teñían la acuarela de sus manos lo alimentaran de manera especial.

.-Mira Camila.- solía decirme- a las plantas no las mantiene el sol, la buena tierra y el agua que las riega, a las plantas las alimentan el mundo de sensaciones que las rodea y las acaricia. Respira ¿No sientes que todo es posible en este lugar? Ven, tócalas ¿No sientes un líquido fluir entre tus dedos? Ahora toca este tronco ¿No sientes como ondas de mar suben y bajan por él? Pues ese milagro sólo es posible a través de las atenciones que cada día les prometo, a través de la claridad que mis palabras les entregan y sobretodo, esta maravilla se nutre, se soporta, por los nombres. Si algo necesitan las flores y los árboles para vivir es un nombre, el nombre de las personas en las cuales se piensa cuando se las bautiza, y a cuya alma se unen de manera irremediable, alimentándose de ella, como en una transfusión que reúne sangre y savia dentro de una sola arteria. Las plantas avanzan unidas a esas almas y si el alma se contrae, ella languidece y enferma de sed, y si el alma se expande su reflejo las fecunda convirtiendo sus hojas en alas que brotan hacia las estrellas. Por eso existen flores brillantes y sanas, como besos de luz, cuando su esqueleto lo conforma un alma de paz y equilibrio. Por eso también existen arbustos desnudos, faltos de jugo, que desoyen las primaveras rodeados de malezas que crecen una y otra vez aunque las arranques, por que la sombra del alma que los nombra está cansada, en continuo invierno, encerrada en las dobleces que ni ella misma entiende. Como puedes ver las plantas de mi jardín irradian pura vida, a ella acuden de paso las mariposas. Todas tienen un nombre y viven a través de él en este paisaje de colores, y detrás de ellas viven otros seres, como reflejos.

De esta forma descubrí el rosal que se llamaba Camila. Para mi asombro se trataba de un rosal claro, casi incoloro, suave y endeble, de blancura nacarada, que se encontró con mis ojos. Por un instante lo sentí contemplándome como en un cristal de luna.

En la correspondencia que hemos mantenido desde entonces Caridad y yo, ella me iba contando los pormenores de su jardín, las nuevas plantas sembradas y sus nuevos nombres. Es extraño, pero allí, en esa Cuba que tanto añoro, existen plantas bautizadas con el nombre de tu madre y de tus hermanas. Allí, donde se mecen las aguas del mar Caribe y sus fábulas, hay un árbol que lleva tu nombre, que es el mío. Allí, existe un jardín sonriente y femenino cuidado con esmero, porque el jardín de Caridad es un jardín hecho de mujeres, donde se renueva la vida imaginando colores, madurando abrazos fugaces de cariño sin condiciones. Como un escultor prodigioso Caridad esculpió en mi vida otra vida paralela, de la que disfruto atajando al mar por el camino de sus cartas.
Pero Caridad también escondía el resplandor de un secreto. Como
buena jardinera, entre sus hadas buenas, disimulaba una espina que no estaba en las ramas de ningún rosal. Sólo una cosa deseaba mi buena amiga para completar su jardín, un sabor que degustó en su infancia, cristalizado en nostalgia de caramelo, de azúcar árida y viva, nacida de tierras sin humedad, crujiente al primer mordisco. Un sabor embutido entre las fibras sutiles y amarillentas de unas uvas que su padre le dio a probar el verano de su décimo cumpleaños, envueltas en la historia de un viaje a tierras españolas de donde parecía terminar su mundo y comenzar la epopeya de lo desconocido. De esta nostalgia de fruta extranjera se ensartaron las costuras que ajustan las telas de nuestra amistad. Al saberme española la mulata de mirada indomable, me confesó su obstinado anhelo de volver a sentir los sabores tibios y paulatinos que se iban redondeando dentro de su boca, de volver a jugar con la elasticidad de una perla dorada, como de goma, que posaba en su lengua gotas de almíbar semejantes a la hidromiel. Tanta fue la embriaguez de aquella especie de alucinación embalada en sabores que, hechizada y medio enamorada de su regalo, guardó en un frasco las semillas que quedaron suspendidas en el asombro de su saliva, para esparcir entre las venas de su jardín esa planta melada de sortilegio. Para su frustración, por más cuidadosos riegos que le procuró, por más noches que pasó sentada observado el nacimiento de su prodigio, nunca llegó a verla crecer deslizándose entre su huerto de utopía y el regusto de un instante quedó reducido a la esencia del engaño en algún un lugar de la niñez.

Recuerdo que, entre lilas, violetas, rosas, claveles, malvas, hibiscos, cactus, tilos, mariposas blancas, palmas reales, mimosas, orquídeas, cañas de azúcar, flamboyanes, mangos, plataneras, guayabas, tallos y hojas que concursaban en fragancias, matices y gamas de colores, se apreciaba el hueco de una ausencia donde tendrían que haber crecido los pámpanos de las uvas que el recuerdo poetizó. Antes de morir quisiera volver a probarlas, me confesaba, mientras sus ojos cerrados evocaban la belleza de lo imposible. Años más tarde relegué el anhelo de mi amiga a un espacio perdido en la memoria donde anteponía mi propio anhelo. No sé porqué últimamente me viene a la cabeza una y otras vez el sonido de su voz murmurando su humilde deseo.

Salimos de Viñales una madrugada para regresar al Hotel Nacional, desde el cual ultimamos los detalles para embarcar y regresar a España. Me despedí sin prisas de Caridad la noche anterior, sintiendo en mi ánimo presagios de soledad. Como una emigrante que regresa a su país después de años de ausencia, paseé mis pensamientos por todos los momentos que había vivido en aquel lugar, pero hubo uno que me estremecía al revivirlo, y aún ahora me produce la misma sacudida en el corazón. Caridad erguida y quieta, rompiendo el espacio de la noche en el umbral de su puerta, con las manos extendidas hacía el espacio que se iba ensanchando entre las dos, y sus grandes ojos negros abiertos como estrellas en medio de la noche, rasgando la oscuridad de una despedida para siempre, medio tristes, medio conformes, como si supieran cosas sólo para si mismos. Entonces, por un pecado de ignorancia, sentí envidia de ellos y de todo lo que alcanzaban. Ahora, puedo asegurar de buena tinta que estaban hablando exclusivamente para mí. Las otras despedidas, la del Tito Crespo que tan amablemente nos deleitó con su comida, la del contacto Julián, que nunca se separaba de tu abuelo, la de Mariela y José, los dueños de la casa colonial, todas, absolutamente todas pasaron por mis mejillas como soplo de escarcha, como roces de espuma.

Una semana después de nuestro regreso tu abuelo desapareció de mi vida, dejando el rastro de una nueva vida preñada en mi vientre, la de tu madre. Pasé toda la noche asomada a ese balcón desgastado de espera desde el que tú me sueles llamar, antesala de todos los momentos de mi vida, donde mi tiempo se ha tomado todo el tiempo del mundo. Pero jamás volvió ¿A dónde fue? Nunca lo supe, pero ante la humillación de su renuncia, ante el miedo de saberme repudiada y rota, opté por desgobernar la verdad y me acogí a la mentira piadosa de no consentir una orfandad de rechazo para la hija que estaba por nacer. Opté por considerarlo muerto y, de esta forma tan extraña, inventé que a tu abuelo lo mataron de un disparo en el corazón y lo arrojaron a un cubo de basura. Encerré bajo una lápida de piedra materia de viento y le regalé flores cada principio de noviembre a una quimera de consuelo, a un fraude que drogaba mi orgullo y consentía a mi hija las amables palabras de un mundo más fraudulento que mi propio duelo. Te extrañará saber que bajo este luto de negro desabrigado sólo hubo huída, cobardía y aislamiento. Ignoro que fue de mi marido. A fuerza de odiarlo nunca conseguí olvidarlo del todo, por eso temía cada día verle regresar de su tumba inventada y desmembrar la vida que os había procurado. Pero también tuve mis consuelos, tu vida y las vidas de tus hermanas, las cartas de Caridad, mi amiga del alma, que me enseñaron a creer en el presente y me acogieron en la lejanía sin reproches, sin desigualdad, aún conociendo mis equivocaciones, siempre próximas las dos, conectadas por el afecto y el cariño.

La verdad es que me hubiese gustado volver a verla, volver a sentir de nuevo sus palabras a través de esa mirada que nunca olvidaré.

Mi querida nieta, si te he descubierto esta historia que escondía bajo la almohada de mi desvelo no es para confesarme y pedir perdón antes de iniciar mi segundo y último viaje, no, no es por ese motivo, sino por otro menos amargo y fragmentado. Mi deseo es que puedas leer estas líneas para que intuyas otras, que no te puedo expresar por que es tu tarea descubrirlas poco a poco. No obstante prefiero pensar que te procuré las pistas, las huellas que, puedan descubrirte la necesidad de mantener cerca a las mujeres, amigas, hermanas, madres, hijas y nietas, de no pasar de largo ante las otras, las vecinas, las compañeras, las que se cruzan contigo por las aceras para que aprendas a mirarlas como Caridad me miró a mí, desde el fondo, para ensanchar tu camino y perder el miedo a descaminar las calles que parecen concluidas. Te lo digo por si acaso un día decides hacer realidad lo que soñaste, sin malograr los afectos que cada día te procurarás. Junto a esta carta se encuentran las cartas que Caridad me envió desde Cuba, las cartas que tan generosamente han derramado alivio a mis días de extravío, las cartas que te recordarán lo que eres por encima de todo: mujer.

Tu abuela, que te quiere”.

Amanece pero Camila no puede verlo. Las farolas de su calle
continúan encendidas para tomarle ventaja por un instante al sol que se recupera.
Algunos pasos intentan orientarse hacia un nuevo día de trabajo y suenan descuidados, sin derroches de prisa. Camila gotea lágrimas que se pierden entre papeles ventilados de enigmas, y percibe el olor de las magdalenas recién horneadas de sus desayunos en la casa de la calle Mesón, de la leche de cabra hirviendo en una cacerola desconchada, del amanecer perezoso que no quiere ir al colegio. Mira a su alrededor tan inodoro, tan plastificado y artificial, rasgando los olores de su infancia. Un apuro se le ha anudado al estómago, una furia de tareas pendientes la asiste mientras se ducha, se viste y repasa con cuidado todas las cartas que le quedan por leer, como tesoros buscados entre las islas que siempre quiso descubrir.

Camila tiene prisa, pero es una prisa diferente a la de otros días. Su ropa se acomoda sobre un cuerpo que corre por las aceras de la ciudad buscando una agencia de viajes, con un bolso pequeño en una mano y la carpeta de recuerdos en la otra. Y como por arte de magia se acalla el sosiego y repara con extrañeza que se encuentra esperando entre la multitud de la Terminal del aeropuerto de Madrid. La emergencia no se aplaca en el interior del avión que rompe la luz del sol y atraviesa el mismo cielo que años atrás descubrieron los ojos inexpertos de su abuela. Detrás va quedando el atardecer de luminosidad inconstante, volviéndose hermético, incapaz de explicar ese cielo de estrellas descrito en la carta. Dentro de su profundidad la nieta aterriza en una Habana de enigmas que la recibe ahora llena de luceros, de ligereza, de impaciencia. El Hotel Nacional nace en medio del orgullo que desprende el malecón, y por un instante la mesura de las conversaciones que con cuidado se acercan la llenan de una sensación parecida a la eternidad.

Al amanecer, apenas sin descanso, Camila solicita un guía al recepcionista del hotel, pero su precipitación le recuerda que no queda tiempo para esperarlo. Con la incertidumbre por compañera camina por calles que se despiertan a la vida y a unos cubanos que derrochan tiempo. En la gasolinera un hombre moreno, alto y de semblante amable se ofrece para llevarla a Viñales, compartiendo coche con algunos vecinos. El automóvil parece estar a punto de desmoronarse. El cristal de la ventanilla ha sido sustituido por un trozo de cartón que se manipula desde un hueco abierto en la puerta. Aún así el paisaje que va contemplando la tiene cautivada, como si un encantamiento también hubiese decidido realizar el trayecto, y seducida por los colores, los aromas, y el desahogo de los espacios que con atrevimiento muestran una riqueza de recursos inagotables se olvida de que tiempo existe, y piensa que algo así debe ocurrirle a los cubanos.

El Guía habla de si mismo, de su nombre, Julián, de su familia, de su antigua profesión como jefe de psiquiatría del Hospital de la Habana, de la miseria de su sueldo, de su trabajo como taxista, de su deseo de establecerse en España, de un sueño de libertad que se suma con los otros sueños que laten en la esencia del lugar, agregándose como por añadidura sin más posibilidades de hacerse realidad.

.- Esto es Viñales.- Le dice Julián ignorando a los otros viajeros- ¿Quieres que te lleve a visitar las cuevas de los cimarrones?
.- No, gracias. Busco a una persona, aunque no sé si todavía vivirá.- Un nudo hecho de cansancio y anhelo revela lágrimas.- Se llama Caridad.- La voz de la nieta suena rota.- Pero no sé por donde empezar.

.- Ah! Ya, la vieja Caridad.- Lo dice con la indiferencia que soporta el amplio conocimiento de las personas- ¿Quieres ir a ver el Jardín de Caridad?

Y en un instante las palabras se entrecruzan como hilos de seda prendidos en lo más hondo del tiempo, y en el centro del pecho les nace algo parecido al consuelo. Sus miradas se vuelven cómplices del pasado, como herederos no sólo de sus nombres sino también de amistades detenidas en el algún lugar extenso y desconocido. Les nace algo parecido a la estima, advirtiendo afinidades y conversaciones pendientes, conversaciones que han estado mucho tiempo aguardando. Julián repasa su vida sin abandonar una sonrisa y recuerda los vínculos de su padre con el abuelo Vicente, para soldarlos con los de la española, nieta de la extraña mujer, que se hacía cristalina al moverse por los espacios, y a la que acompañó, siendo muy niño, junto con su padre, en alguna ocasión.

La expectativa inquieta y desbordante de Camila se detiene ante una verja pintada de verde que abre paso a una casita tan blanca y serena como lágrimas de indulgencia. En el porche una mujer de tez oscura y cabello encanecido se mece entre telas de hilo blanco, con los ojos cerrados, aspirando esencias que sólo ella puede distinguir. El crujido de la puerta de madera la despierta de su ensueño. Despacio, dirige la mirada hacia la joven que acaba de entrar, como a tientas, palpando la brisa que las separa.

¡Hola! ¿Vienes a ver mi jardín?- Caridad sonríe asomando los pocos
dientes que conserva- Pero pasa, pasa, mujer. Pareces asustada.

Hola Caridad.- Y al decir el nombre suena con la familiaridad de quien lleva toda la vida pronunciándolo. Al momento los ojos de la vieja se agrandan tanto como la sonrisa, ahora extensa, inacabable, satisfecha.

.- Tus ojos, niña, acércate para que los vea mejor. Sí, es ese color verde profundo, como una esmeralda, claro, como Camila.- Y de un salto se incorpora y se acerca a la joven que no deja de observarla como si despertara de una fantasía.

Camila, sí, ese es mi nombre, responde la nieta. Alrededor de las dos mujeres comienza a levantarse una niebla calida y húmeda, envolviendo su encuentro para protegerlo del olvido. Camila saca de su pequeño bolso un racimo de uvas cuidadosamente protegido en una bolsa de papel. Unas uvas de la variedad más dulce, las genuinas de los pagos de Moriles. Entre los labios de Caridad se van desgranando las perlas con primorosa lentitud. Cada suspiro de placer aleja cada año de espera, mientras conversan a media voz, diciéndose secretos.

El jardín cargado de nombres abre paso a una mujer joven, que ha dejado de ser niña para siempre. Sus olores se adhieren con más insistencia que nunca, su esplendor y complejidad retocan un lugar imaginado. Silencioso, quieto y perfecto, un olivo pequeño, sin frutos, se esconde entre los rincones, diciendo llamarse Camila, como la nieta. Se miran y como un relámpago se reconocen. El árbol lleva su nombre.

Entre susurros la mulata de ojos grandes le detalla que quiso contar en sus cartas que el tiempo vive en el presente porque el futuro es para él un fantasma, que se deben ignorar las sombras del egoísmo que se esconden en las conjeturas de quienes nos rodean, que al amor le basta con ser amor, y que una debe quererse, por encima de todo quererse como mujer, aunque sea como mujer abandonada.

En aquel atardecer, en el mismo centro de un país exiliado y lánguido,un fantasma merodea por el oasis de Caridad, un fantasma que volvió para quedarse acurrucado entre las caricias de la región de Pinar del Río, que lo trastorno hasta lo más hondo, seducido sin remedio por su entrañas, buscando algo equivalente a la paz de los enamorados que pasean por el exilio de una Cuba nacida directamente de la eternidad. Vicente, parece susurrar el viento, escondiendo en secreto las razones de amor de su abuelo desconocido y ausente, de su amor por la mujer que regaba las plantas con los nombres ocultos de las almas.

Que no se te olvide guardar el secreto.